Espacios urbanos y naturales.



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Espacios urbanos y naturales.


Mtra. Lina Ojeda Revah

Incendios

     Los incendios naturales periódicos son considerados perturbaciones. Algunos ecosistemas están adaptados a ellos dada su frecuencia, de hecho, la persistencia de ciertas especies depende de los incendios. La prevención de los mismos también podría ser considerada como una perturbación ya que parte de las especies presentes, al no germinar, sucumbirían a las invasiones externas (Forman, 1995). En el caso de la Cuenca del Río Tijuana, los tipos de vegetación que rodean a la ciudad, esto es, el chaparral y el matorral costero, han evolucionado para adaptarse al fuego.
     Durante el presente siglo, debido a la preocupación por el manejo de cuencas hidrológicas y daños de propiedad, se establecieron diversas políticas de manejo de incendios en el sur de California. Hasta hace pocos años, la estrategia más común era la supresión organizada de incendios.
     Estudios comparativos sobre los efectos que tienen los diferentes manejos de los incendios naturales en California y Baja California, indican que la supresión de incendios realizada en Estados Unidos tiene un impacto mínimo en el matorral costero y en los pastizales. Sin embargo, el control de incendios sobre el chaparral reduce el número de incendios pero aumenta el tamaño de los mismos, su capacidad de dispersión e intensidad, llegando a ser incontrolables bajo condiciones de clima severo. De esta forma los incendios que se dan al sur de la frontera son más numerosos, frecuentes y pequeños que los que se dan en California (Minnich, 1983 y 1995).
     Las diferencias existentes se deben a que los incendios naturales van creando con el tiempo un patrón de mosaico heterogéneo, con parches incendiados, en diferentes épocas y con diferentes extensiones. La supresión de incendios en California se ha realizado en un periodo temporal lo suficientemente largo como para borrar el mosaico natural.
     Basándose en este tipo de estudios se han implementado recientemente, en el sur de California, programas de prescripción de incendios como una estrategia para lograr, entre otros objetivos, la reducción de combustible. Sin embargo, éstos se han realizado sin un entendimiento claro de sus efectos ecológicos a largo plazo.
     Actualmente la frecuencia promedio de incendios en el chaparral es de entre 20 y 40 años, aunque esta cifra pudo haber sido menor antes de los asentamientos europeos. En el matorral costero, su frecuencia natural es probablemente más cercana a límite inferior antes mencionado, dada la menor incidencia de rayos en las áreas costeras menos elevadas. Aunque los rayos son considerados la fuente natural de incendios, en las últimas décadas su ocurrencia ha sido en gran parte ocasionada por el hombre (O'Leary, 1989).


Fragmentación de hábitat

     La fragmentación de hábitats, es decir, el proceso de subdivisión de un hábitat continuo a piezas más pequeñas sucede en sistemas naturales (con los incendios, por ejemplo). Sin embargo, alrededor del mundo los ecosistemas terrestres han sufrido diversos grados de fragmentación, como resultado de la conversión del uso del suelo provocada por el hombre quien rompió la continuidad de los hábitats naturales. Esta fragmentación ha tenido efectos deteriorantes en algunos componentes de la biota (como el declive de la diversidad biológica) debido a la pérdida de hábitat original, reducción del área del mismo, su aislamiento, el aumento proporcional de fronteras con relación a las condiciones de interior, y un incremento de ambientes no adecuados dentro del paisaje (Andren, 1994). Al respecto, se sabe actualmente que los cambios en el área, forma y conectividad de los parches provocan cambios en la riqueza de especies, en su distribución y en la probabilidad de que se den perturbaciones (Franklin y Forman, 1987; Van Dorp y Opdam, 1987).
     La fragmentación de hábitats tiene dos componentes: (1) la reducción de la cantidad total de tipo de hábitat natural en un paisaje y (2) la descomposición de los parches a fragmentos cada vez más pequeños y aislados (Saunders et. al. 1991).
     Haciendo uso de estos dos componentes, la fragmentación de hábitats dentro de la Cuenca del Río Tijuana se puede ilustrar comparando el área abarcada por cada tipo de vegetación y uso del suelo y el número de parches existentes en 1972 con los de 1994.



Gráfica No. 1. Cambios en la superficie de usos del suelo y tipos de vegetación entre 1938 y 1994

     En lo que se refiere a la superficie, en la Gráfica No. 1, se puede observar cómo todos los usos del suelo relacionados con actividades humanas, esto es, las zonas urbanas, la agricultura de riego y la de temporal y los pastizales aumentan su extensión. Por otro lado, los tipos de vegetación natural, como el matorral costero y el bosque, disminuyen su superficie. El chaparral, por su parte, se mantiene más o menos constante debido a que lo que pierde por el desarrollo urbano o pastizal principalmente lo recupera al cubrir las zonas de bosque perdidas.
     En cuanto al número de parches, en la Gráfica No. 2, se observa que de un total de 875 parches existentes en 1938, el paisaje en general se fragmentó alcanzando 1540 parches en 1994.
     Ahora bien, dentro de la Cuenca del Río Tijuana el matorral costero es uno de los ecosistemas que más desplazamiento y fragmentación ha sufrido. En California, los estudios referentes al efecto de la fragmentación sobre plantas, aves y roedores, indican que dentro de los remanentes, las extinciones se dan rápidamente. Los efectos de frontera y pérdida de hábitat acumulativo, seguido de aislamiento de remanentes están correlacionados con la pérdida de la diversidad de especies. Rara vez se da la recolonización de estas especies. Los remanentes de 10 a 100 hectáreas no mantienen sus especies de vertebrados por más de unas décadas (Soulé, et.al. 1992).
     Asimismo, se pueden dar algunas reducciones en la diversidad de especies de mamíferos como resultado de la ausencia de migración a través de grandes áreas urbanas, por aumento de predación por pequeños predadores (mapaches, zorrillos, etc.) cuyos miembros han aumentado debido a la facilidad con la que se adaptan a los hábitats urbanos y por la reducción de sus depredadores naturales (coyote, gato montés, etc.) (Bowler, 1990). Las plantas también desaparecen, por perturbaciones crónicas y acumulativas y por cambios en la frecuencia de los incendios (Soulé, et.al. 1992).



Gráfica No2. Cambios en el número de parches de usos del suelo y tipos de vegetación entre 1972 y 1994


Espacios naturales

     Actualmente, en materia de conservación de ecosistemas naturales, del lado de Estados Unidos, el Cleveland National Forest protege el bosque y los recursos de la cuenca hidrológica en las Laguna Mountains y el Tijuana River National Estuarine Research Center al estuario. En la parte mexicana, aunque fuera de los límites de la cuenca, el Parque Nacional Constitución de 1857 conserva bosques y chaparral de la Sierra de Juárez. Sin embargo, estos no cubren el amplio espectro de diversidad biológica existente dentro de la cuenca, no aseguran por sí solas y aisladas el mantenimiento de los flujos naturales y no controlan las actividades que tienen repercusiones ambientales negativas como la erosión, esto es, no constituyen un verdadero sistema de áreas naturales.


Espacio urbano

     Dentro de la cuenca, especialmente durante el presente siglo, los patrones de uso del suelo, dada su localización fronteriza con Estados Unidos, han estado más determinados por intereses económicos y la solución de conflictos políticos que por las propias limitantes biofísicas de los recursos existentes.
     La zona urbana más grande dentro de la cuenca es Tijuana. Esta gran ciudad se caracteriza principalmente por haberse desarrollado rápidamente en muy poco tiempo. De estar formada por un conjunto de ranchos ganaderos, con no más de 250 habitantes a principios de siglo, se ha transformado en la actual ciudad industrializada con más de un millón de habitantes. Ubicada en una zona semiárida con lluvias escasas e irregulares, que alternan ciclos húmedos y secos, el crecimiento de la ciudad se ha dado totalmente al margen de los recursos naturales en los que se asienta. De hecho, su desarrollo económico se ha fundamentado principalmente en los sectores secundario y terciario, en gran parte debido a su cercanía con Estados Unidos.
     Conforme ha crecido la ciudad, la demanda de agua ha aumentado y las fuentes de abastecimiento se han tenido que ir cambiando y diversificando. Comenzando con la creación de pozos, siguiendo con la construcción de presas y una desaladora, pasando por desviaciones de emergencia a través de territorio norteamericano, hasta llegar a la construcción de un canal desde el Río Colorado (que recorre más de 300 kilómetros y en el que el agua requiere ser bombeada a más de mil metros de altitud, cuya cantidad es limitada debido al Tratado de Límites y Aguas firmado con Estados Unidos desde 1944 y a la competencia existente con el gran distrito de riego del Valle de Mexicali). En este contexto, el manejo y la conservación del agua se ha convertido en uno de los temas centrales que puede llegar a frenar un mayor crecimiento y deteriorar aún más la calidad de vida existente en la ciudad.

     En Tijuana el crecimiento desordenado, la falta de regulación en los mecanismos de construcción y la concepción tan restringida que se tiene de área verde, ha producido la aceleración de los procesos de erosión que, a su vez, durante las épocas de fuertes lluvias se convierten en un riesgo para la propia población, por derrumbes y aumento de las áreas naturales de inundación.
     En 1993, a raíz de una gran inundación, resultaron dañadas 1960 hectáreas, esto es, 10% del área urbana. De ésta el 57% fue dañado por erosión-remoción en masa (en cañones y laderas), el 20% por depositación (especialmente en las terrazas bajas, a lo largo del cauce del Río Tijuana) y el 23% restante por anegamiento (superficies cumbrales) (Bocco, et. al., 1993). Con base en datos de geomorfología y de pendientes, actualmente se sabe que casi un 15 % del área ocupada por la ciudad es susceptible al proceso de erosión-remoción en masa y que éste se distribuye en casi toda la zona urbana principalmente en cañadas, lomeríos y cerros (Romo, 1996).
     En lo que se refiere a incendios, en la parte mexicana de la Cuenca del Río Tijuana, en parte debido al crecimiento desordenado y por la falta de regulación y vigilancia en las construcciones, la vegetación de los alrededores de la ciudad presenta un severo deterioro y por lo tanto el riesgo por incendio no es alto.
     Dado lo complejo de la situación, la solución a la problemática ambiental no debe ni puede estar centrada en una sola estrategia aislada, sino en muchas en las que se integren y relacionen varios aspectos. Por ejemplo la recarga de los mantos acuíferos depende en gran medida de la existencia de una capa vegetal. La pérdida de vegetación incrementa los escurrimientos de agua y el depósito de sedimentos en los canales colectores, decreciendo así su capacidad de transporte. De igual forma la vegetación natural juega un papel muy importante en la estabilización de laderas, por lo que su remoción aumenta los riesgos de deslaves. El proceso de urbanización incrementa la magnitud y la frecuencia de las inundaciones al aumentar las superficies altamente impermeables, impidiendo la infiltración de agua y ocasionando escurrimientos que llegan a saturar los drenajes. Asimismo, el proceso de erosión intenso puede aumentar los riesgos a la salud al elevarse la cantidad de partículas suspendidas en la atmósfera.

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February 16, 2015