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Desarrollo, Modernidad y Medio Ambiente.
Mtro. Javier Riojas
Actualmente vivimos la más grave crisis ambiental de la historia. Esta aseveración, que pudiera sonar alarmista o catastrofista, no debe resultarle tal a la gente medianamente informada sobre el estado en que se encuentra nuestro medio ambiente. La polución atmosférica, la contaminación de aguas continentales y oceánicas, la destrucción de selvas y bosques, el incremento de la desertización, la desaparición o amenaza de exterminio de numerosas especies de animales y plantas a causa de la depredación humana, la pérdida alarmante de suelos cultivables, particularmente en el llamado Tercer Mundo, el aumento incesante de la demanda de alimentos como fruto del acelerado crecimiento demográfico, la generación y uso de energía contaminante y amenazante para la vida y el incremento en la producción y tráfico clandestino de desechos tóxicos producidos en industrias y hogares; más otros problemas no tan evidentes pero igualmente o más graves que los antes mencionados, como los agujeros en la capa de ozono y el incremento de la temperatura planetaria, bastan para hacernos una rápida idea de las dimensiones descomunales que va adquiriendo el que para muchos analistas es el problema más grave que deberá enfrentar la humanidad en el próximo siglo: el deterioro del medio ambiente y las posibilidades de supervivencia digna de la vida en la tierra.
Actualmente, la conciencia de la gravedad de la situación va avanzando en diversas latitudes. En prácticamente todos los países del llamado primer mundo, existen reglamentaciones y leyes sobre aspectos ambientales que se observan con suma rigurosidad; en el llamado mundo subdesarrollado, donde el deterioro ambiental corre de la mano del empobrecimiento dramático de la mayoría de sus habitantes, la preocupación por problemas ambientales ha crecido notablemente en los últimos años; organismos internacionales, como la ONU, han logrado generar una serie de acuerdos y tratados internacionales sobre cuestiones de medio ambiente.
Sin embargo, en la vida cotidiana y en las políticas nacionales que se comienzan a instrumentar, parece ser que el diagnóstico sobre el origen y las soluciones para este tipo de problemas se ubican en un plano sumamente superficial. En más de una ocasión, la idea de que el deterioro ambiental es consecuencia de actitudes personales irresponsables, o de que basta apelar a la buena conciencia de los individuos o a reglamentaciones paliativas para darle solución al asunto, no dejan ver el verdadero trasfondo de esta grave crisis.
Por otro lado, tanto en el medio académico como en algunas instituciones políticas y sociales, se viene generando una reflexión que pretende lograr un acercamiento distinto, tanto al conocimiento del origen de los problemas de medio ambiente como al planteamiento de alternativas que vayan a la raíz de los mismos y que sean viables. La matriz de la cual se parte para efectuar este tipo de análisis, es el de la crítica de la modernidad occidental y del particular modelo de desarrollo que, con diversas variables, se ha venido instrumentando en prácticamente todo el mundo.
En este contexto, la modernidad es entendida como esa etapa de la civilización occidental que se consolida como forma cultural hegemónica hacia el siglo XVIII. Siguiendo la caracterización que hace José María Mardones de la modernidad, podríamos sintetizar sus principales rasgos en los siguientes puntos:
- Un proceso de racionalización en el que se va configurando un tipo de hombre orientado al dominio del mundo, con un estilo de pensamiento formal, una mentalidad funcional, un comportamiento austero y disciplinado y unas motivaciones morales autónomas, junto con un modo de organizar la sociedad alrededor de la institución económica y la burocracia estatal.
- Un centro productor de relaciones sociales: la economía. La religión, que tradicionalmente había ocupado este lugar, es desplazada hacia la periferia y se recluye, cada vez más, en la esfera privada.
- Una razón que muestra varias dimensiones o esferas (ciencia, moral, arte, política) que tienen su propia autonomía. Cada vez aparece más difícil la posibilidad de una unificación e incluso de una interacción mutua.
- Una de esta dimensiones de la razón, la científico-técnica, adquiere una preeminencia social tal, que tiende a oscurecer la validez de las demás dimensiones de la razón. La razón tiende a confundirse con la razón científico-técnica.
- Un tipo de hombre celoso de su autonomía individual pero con ambivalentes manifestaciones de hiperindividualismo narcisista.
Aunada a estas características distintivas de la modernidad, se encuentra otra dimensión más profunda y conformadora de lo que es la cultura occidental, esto es, la idea de la historia como progreso. En esta tradición, el sentido de la historia es entendido como un incesante e ilimitado avance, tanto de las facultades humanas para conocer el mundo que le rodea, como del dominio y control que pueda tener de éste en función de satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. La idea de progreso, que tiene sus precursores más claros en algunos filósofos y poetas presocráticos como Jenofonte, adquiere plena realización y materialización dentro de la modernidad. Esto no quiere decir que anteriormente la idea de progreso no dictara sobre el sentido de la conducta y las pretensiones humanas en occidente, sino que al empatar con las tendencias racionalista, cientificista y positivista de la modernidad, animadas por el espíritu capitalista de maximizar la ganancia, la idea de progreso se convierte en uno de los sentidos incuestionables de la historia.
Como derivación casi necesaria de todo lo anterior, un concepto más concreto y más pragmático se va adueñando de las utopías y de los sueños de los modernos: el desarrollo. Particularmente en el mundo de la economía y del poder, la idea de progreso se va convirtiendo en sinónimo de desarrollo. Aquella intuición seminal de los griegos, de algunos ilustres pensadores medievales como San Agustín y, sobre todo, las propuestas de los ilustrados de los siglos XVII y XVIII, se ve recogida y realizada en toda su potencialidad, con las posibilidades que brindan la ciencia y la tecnología, derivadas justamente de esta tendencia. Así, la idea de desarrollo como crecimiento ilimitado, se ve potenciada por la utilización de la ciencia y de la técnica como mediadoras de la relación entre los hombres y la naturaleza. Surge entonces, con toda su fuerza y su impresionante sujeción de la naturaleza y dominio del mundo, la sociedad industrial. Aquí encontramos el punto que nos conecta con el problema central de nuestra reflexión, es decir, el tipo particular de relación que se establece entre hombre y naturaleza en la modernidad, y las consecuencias que esto tiene para el medio ambiente y la calidad de vida de los hombres.
Una importante escuela de pensamiento social, la Escuela de Frankfurt, a través de uno de sus más lúcidos exponentes, Jürgen Habermas, reubica la técnica dentro del ámbito de lo social. A partir de esta nueva concepción la "acción técnica", o "razón instrumental", resulta de un conocimiento racional y un quehacer científico que buscan el apoyo al subsistema productivo. Una de las maneras de caracterizar esta "racionalidad técnica" es viendo la forma en que ésta se apropia de los objetos, apropiación que puede llevar a la destrucción de los mismos, como es el caso de la naturaleza y el medio ambiente. En las sociedades industrialistas -tanto en su vertiente capitalista como socialista- se genera una "imagen" de la naturaleza como fuente ilimitada de recursos que sirven para satisfacer los proyectos de desarrollo y crecimiento de este tipo de sociedades.
A esta tendencia, de la que resulta una relación depredadora de la naturaleza, se suma otro problema adicional que se puede reconocer fundamentalmente en las sociedades capitalistas. Este es la desigual distribución de la riqueza generada por esta acción transformadora -y en ocasiones destructora- de la naturaleza, entre los mismos seres humanos. Aquí nos encontramos con que los sistemas de distribución social de la riqueza, que en estas sociedades tienden a crear una polarización entre abundancia y miseria, son también fuente importante de degradación ambiental. Estamos hablando de un sistema económico de dimensiones planetarias, en donde todos los países están de alguna manera interrelacionados.
Para poder satisfacer las (artificiales) necesidades de hiperconsumo de las sociedades industrializadas del mundo capitalista, es menester someter los limitados recursos naturales de la tierra a una sobrexplotación que los va degradando. Esto ocurre, en buena medida, a costa de los recursos naturales de los países del llamado Tercer Mundo que gravitan en la órbita de control de los países desarrollados. Se considera que si todo el mundo tuviera los niveles de consumo promedio de la sociedad estadounidense, sería necesario sobrexplotar a "tres planetas tierra" para lograrlo.
Por otro lado, los niveles de pobreza en que se encuentran cada vez más seres humanos, sobre todo en áfrica, Asia y América Latina, provocan que estos mismos individuos se vean orillados a realizar prácticas, sobre todo agrícolas, gravemente depredadoras: la tala de bosques tropicales, la explotación excesiva del suelo, el sobrepastoreo y otras actividades agresivas al medio ambiente. Estas son resultado de una situación económica social y política que ha tenido como resultado el empobrecimiento de grandes masas humanas. El hambre y la desesperación de estos grupos contrastan con la opulencia y desperdicio de los beneficiarios del desarrollismo industrialista.
En síntesis tenemos que la modernidad, además de ser por sí misma una forma cultural que porta una racionalidad sumamente agresiva contra el medio ambiente, ha generado tal polarización mundial entre despilfarro y miseria, que agrega un componente más a su característica depredadora. De aquí resulta que son dos los niveles de los retos que tenemos que enfrentar para rescatar al planeta de la catástrofe ambiental: por un lado, crear formas alternativas de producción que eliminen la posibilidad de aniquilación de los recursos y que puedan satisfacer las necesidades de la población y, por otro, encontrar formas alternativas de distribución de la riqueza que eviten el consumismo y la miseria que llevan a prácticas destructoras del medio ambiente.
El inmenso desafío es la "invención" de una cultura alternativa que ponga en el centro del sentido del hombre valores menos mezquinos que el crecimiento, el productivismo, el eficientismo y el enriquecimiento a ultranza. Se requiere poner en el centro de los valores una imagen del hombre más solidaria, fraterna y afectiva, que contemple la relación con la naturaleza como con un aliado a respetar y no como un enemigo a vencer.
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