Elecciones Estatales en Baja California, 2001.



Presentación

Contenido

Participantes


Elecciones Estatales en Baja California, 2001.

Benedicto Ruiz Vargas

Algunas hipótesis sobre la abstención.
Como es sabido, el abstencionismo registrado durante estas elecciones fue el fenómeno más notable de todos los resultados obtenidos en el proceso electoral. Su nivel rebasó las tendencias más altas que se habían tenido hasta ahora en el estado y los municipios. De un total de 1 millón 492,024 ciudadanos registrados en el listado nominal, sólo concurrieron a las urnas 546 mil 692 en la elección para gobernador y dejaron de hacerlo 945 mil 332, es decir el 63%. El candidato triunfante, Eugenio Elorduy Walther, obtuvo 266 mil 440 votos, lo que representa el 18% de los ciudadanos registrados en el listado nominal.

La abstención por municipios en la misma elección para gobernador se situó en Tijuana en 67%, seguida de Rosarito con el 66%, Ensenada con el 61%, Mexicali con el 59% y, por último, Tecate con el 58%. Los porcentajes no parecen indicar una relación directa entre la abstención y los niveles de competitividad electoral. Es el caso, por ejemplo, de los municipios de Ensenada, Tecate e incluso Tijuana, donde los niveles de competencia fueron más cerrados entre el PAN y el PRI y, no obstante ello, el abstencionismo se incrementó. Al parecer, ninguno de los candidatos a gobernador convenció al electorado.

En la elección para las alcaldías, la abstención también fue muy elevada. El porcentaje general fue del 64%, destacando Tijuana con el 67%, Rosarito con el 62%, Ensenada con el 61%, Mexicali con el 60% y Tecate con el 58%. Las variaciones con respecto a los electores que se abstuvieron de votar por los candidatos a gobernador y a las alcaldías es realmente mínimo. Esto quiere decir que los votantes no sintieron ninguna motivación por ninguna de las fórmulas presentadas. En todos los casos parece manifestarse el mismo fenómeno, salvo el caso de Rosarito en donde la participación fue relativamente más alta para elegir presidente municipal, en contraste con la de gobernador.

En realidad, la abstención no es un dato nuevo en Baja California, no obstante que ahora haya alcanzado su nivel más alto con respecto a los anteriores comicios. Si se parte desde el año de la alternancia, se observa que en 1989 la abstención se ubicó en el 53% en las elecciones para elegir la gubernatura del estado. Para la siguiente contienda, la de 1995, se redujo al 37% para elevarse en ésta última al 63%. El quiebre de 1995 podría explicarse a partir de dos hechos fundamentales: por un lado, fue la segunda competencia electoral después del histórico acontecimiento de la derrota del PRI y la primera vez que el PAN participaba desde el gobierno. Los ánimos y el entusiasmo entre los electores se encontraba en su mejor etapa y la apuesta por ver los alcances del gobierno panista seguían estado latentes. A esto se podría agregar que la primera administración en manos de Ernesto Ruffo Appel no había arrojado tan malos resultados ante los ojos de la opinión pública.

El segundo factor que permitió la reducción del abstencionismo fue la candidatura por parte del PAN de Héctor Terán Terán, un personaje de larga trayectoria política en las filas del partido y con amplia imagen conciliadora entre diversos sectores de la sociedad. Los votos obtenidos por Terán fueron, hasta ahora, los más altos que ha registrado el panismo tanto en las elecciones para gobernador como para las presidencias municipales. De hecho, es a partir de aquella fecha en que los votos del PRI empiezan a caer vertiginosamente en la elección para gobernador y en los principales municipios.



Si ahora observamos el comportamiento de la abstención a nivel de los municipios para el periodo 1989-2001, que cubre cinco procesos electorales, encontramos una línea ascendente desde 1992. La abstención general en las elecciones para munícipes en todo el estado fue de 53% en 1989, se redujo al 22% en 1992 y volvió a subir al 37% en 1995. Para 1998 se colocó en el 54% y ahora -como se decía antes- alcanzó el 64%. Como hemos visto antes, las elecciones municipales de 1992, las primeras después de la alternancia, fueron una de las más competidas a nivel general e incluso las que mantuvieron secuelas de impugnación en algunos municipios. En aquel año se estrenó la credencial estatal de elector con fotografía, una iniciativa promulgada por el gobierno del PAN, se reformaron algunos artículos de la Constitución política del estado en cuestiones electorales, pero no se avanzó demasiado en la depuración y construcción de un nuevo padrón electoral. La curva de la abstención en este año puede estar reflejando problemas y algunos ajustes en el padrón de electores. Los datos sucesivos son más confiables.



Si el fenómeno de la abstención se observa para cada uno de los municipios durante los comicios para las alcaldías, se encuentra que su curva ascendente es muy semejante, en todos ellos, a la que se puede apreciar en la gráfica anterior. Algunos más, otros menos, pero en todos los municipios la abstención ha tendido a elevarse de manera preocupante desde 1998; es decir, a partir de que empieza a superar el 50%. A manera de ejemplo se pueden ver enseguida los casos de Tijuana y Mexicali. Para la primera, en 1998 la abstención alcanza el 56% durante la contienda para elegir presidente municipal, ubicándose en ésta última en el 67%, lo que equivale a que la autoridad electa haya sido avalada sólo por el 15% de los ciudadanos registrados en la lista nominal (o sea, 108 mil 921 ciudadanos de un total de 232 mil 717 que votaron y 714 mil 544 que podían votar). De una elección a otra la abstención se elevó 11 puntos porcentuales.

En Mexicali la abstención ha sido menos pronunciada pero no por ello menos importante. En 1998 alcanzó el 51% y en estos últimos comicios registró el 60% (un aumento de 9 puntos porcentuales). El presidente municipal electo obtuvo el 20% de los votos con respecto a los ciudadanos registrados en el listado nominal. En el resto de los municipios la abstención, vista de manera rigurosa, apareció con mayor fuerza durante estas últimas elecciones, sobre todo si tiene en cuenta que ahora superó ampliamente el 50%. En Ensenada, por ejemplo, tuvo el 50% en 1998 y ahora el 61%. En Tecate también registró el 50% en 1998 y se elevó al 58% de manera más reciente. Rosarito, aunque es el municipio de más reciente creación, pasó del 51% en 1998 al 62% en el 2001.




Sin entrar en discusión en este momento sobre qué porcentaje de abstención se considera aceptable en el conjunto de la participación electoral, y menos aún compararlo con los niveles de evasión que muestran las democracias de los países más desarrollados (que en algunas superan el 50%), se considera que el fenómeno en Baja California está adquiriendo características preocupantes y que mal se haría si no se le pone atención, ya sea por los mismos gobiernos y partidos políticos como por la investigación académica. La perspectiva de análisis debería ser -a diferencia de otros países- lo reciente, relativamente, de los procesos de alternancia registrados en Baja California y en el país en general. Antes de que éstos se consoliden y la participación electoral se arraigue entre la población, el abstencionismo está emergiendo con fuerza. Por eso vale la pena intentar algunas explicaciones.

Una hipótesis general que se puede plantear es que la abstención registrada en Baja California parece estar en proporción directa a dos hechos principales: a) primero, al progresivo deterioro político y electoral de los partidos de oposición, en especial del PRI, pero también de la opción marginal que representan las organizaciones más pequeñas (entre ellas el PRD), todo lo cual se ha traducido en la falta de alternativas sólidas frente al electorado; b) segundo, a la pérdida acelerada de la credibilidad de los gobiernos panistas que, en breve tiempo, se han desgastado como opción cualitativamente distinta a la que representaron los gobiernos anteriores.

Si estos dos elementos se suman, lo que se obtiene como resultado es un incremento gradual del abstencionismo que no encuentra en uno y otro campo motivos reales para participar. Ante un gobierno que ha envejecido de manera muy rápida, con una serie de vicios y prácticas desligadas de las primeras ofertas y promesas que simbolizaron los gobiernos panistas y, por otro lado, con opciones políticas en un declive pronunciado desde el mismo momento de la alternancia, los electores (¿nuevos y viejos?) se han ido refugiando gradualmente en el abstencionismo. Según lo reflejan los datos, bastaron nueve años de gobierno para que las promesas de cambios se debilitaran, o bien dejaran de tener la suficiente fuerza para concitar el entusiasmo de los nuevos electores que se han incorporado durante los últimos años.

Esta explicación general se puede descomponer o dividir en varias vertientes, asumiendo además que los abstencionistas no constituyen un bloque homogéneo, ni comparten todos las mismas razones para dejar de concurrir a las urnas. Una de estas vertientes consiste en el tipo de contienda electoral y la importancia que le asignan los electores. Es sabido que una parte de la población concede mayor interés, en orden descendente, a los comicios presidenciales, luego a los de la gubernatura y al final a los municipales. Las elecciones del 8 de julio de este año contradijeron, de alguna manera, esta tendencia. Al parecer, algunos votantes que habían participado en la contienda presidencial del año 2000, no lo hicieron en los comicios locales. A diferencia de la presidencial, no encontraron en éstas últimas algo verdaderamente en juego y sí, en cambio, incipientes elementos de desencanto con el gobierno del país. Hay que recordar que el elector bajacaliforniano ya conoce y tiene experiencia de lo que son los gobiernos panistas.

Una segunda vertiente está relacionada con la falta de competencia electoral entre los diversos partidos y la ausencia de incertidumbre con respecto a los posibles triunfadores. Dos elementos que, en general, incentivan la participación electoral de la población. Del primero ya se han abundado suficiente y se expresa en una percepción más o menos amplia entre las población de que algunos partidos contendientes no tiene posibilidades reales de ganar. El segundo factor se manifestó en que la gente, desde un principio, percibió que sólo un partido (el PAN) se perfilaba como ganador: ante el debilitamiento de los otros, cabían muy pocas dudas de quién sería el partido victorioso. Esta certeza, aunque no lo parezca, desincentiva la participación de los votantes.

Estos factores fueron abonados por el inmenso despliegue propagandístico del gobierno, el escándalo y la división interna de los partidos, las dimisiones políticas y las fricciones constantes para nombrar candidatos, el pragmatismo de los cuadros políticos que, al final, se tradujo frente a los ojos del electorado en un panorama desalentador para participar. Si a esto se añaden las escasas diferencias entre las propuestas de uno y otro partido, las cualidades y capacidades de los candidatos, la similitud de sus mensajes y ofertas políticas, resulta de alguna manera evidente que los votantes se fueron quedando sin alternativas. Como ha señalado Norberto Bobbio, "la victoria de uno u otro no habrá de incidir negativamente sobre sus preferencias, recursos y expectativas". Daba igual, pues, quien ganara. Daba igual participar o no.

La tercer vertiente, todavía más evidente que el resto, se localiza en la crisis de los partidos locales y, por lo tanto, en la falta de alternativas creíbles. En Baja California esto se ha puesto de manifiesto con mayor agudeza a partir de la alternancia, fecha desde la cual el partido desplazado del poder y el resto de la oposición no han podido reconstituirse y ofrecer nuevos planteamientos al electorado. En el PRI se profundizó más su división y le ha faltado una corriente dominante capaz de recomponerlo en las nuevas condiciones. Al PRD también le afectó la alternancia, aunque su caso está más ligado con un fenómeno más complejo que proviene de la izquierda, a sus dificultades para modernizarse y asumir la lucha electoral como una vía consistente y, en general, a la falta de visión de sus cuadros locales para ofrecer una verdadera propuesta de gobierno. Más allá de la fidelidad de algunos de sus votantes, ambos partidos han sido incapaces de motivar otras franjas de electores en la región fronteriza. En un marco de cambios acelerados y la constitución de otros espacios en el seno de la sociedad, las alternativas desde la oposición se ven cada vez más débiles.

Por último, una cuarta explicación complementaria a la hipótesis general, se refiere al sentimiento de desencanto entre algunos sectores de la población en torno al desempeño de los gobiernos panistas en el estado y el sentido de cambio que le ha impreso a su actuación. En doce años el gobierno del PAN ha hecho bien algunas cosas, pero en otras ha fallado, en especial en lo que se refiere a su vinculación con la sociedad. Sus gobiernos parecen que están llegando a un límite y han empezado a reproducir los mismos errores del pasado. Sus propuestas y medidas han dejado de ser novedosas y de menor alcance del que se suponía. Su perspectiva administradora y fincada en la eficiencia se agota cada vez más y las irregularidades políticas y administrativas afloran con insistencia. Logra conservar el poder y retiene algunos municipios, pero todo en un marco de rendimientos decrecientes y débil credibilidad.

Pese a la necesidad de seguir indagando en ésta última versión, es posible sostener desde ahora que la baja participación electoral tiene un vínculo con esta incipiente percepción entre algunos electores. Para entenderla un poco hay que retroceder en el tiempo y recordar que el incremento relativo de la participación electoral en Baja California, y a nivel nacional durante el 2000, estuvo alentada de manera esencial por la idea de desplazar al PRI del poder. Ese fue el motor original de los cambios y la idea primigenia de la reactivación electoral en algunos sectores de la sociedad. En términos generales se pensaba que la sustitución en el gobierno del otrora partido invencible haría que se produjeran cambios en la vida de la población y en la eficiencia del gobierno. Cualquier otro partido que no fuera el PRI podría traer cosas positivas, lo que resumía el cansancio y el hartazgo de la gente frente a un partido aferrado por años al poder.

Y en efecto, algunos sectores sociales han registrado cambios desde el principio de las administraciones panistas, traducidos en la introducción de servicios públicos en zonas abandonadas, en mejoras en el equipamiento urbano, infraestructura de algunas ciudades, etcétera; y por otra parte un gobierno con una mejor cara como administrador de los recursos públicos, más eficiente en algunas cosas y con menos niveles de corrupción.

Con el paso del tiempo, empero, todas estas cosas se han ido deslavando bajo los gobiernos panistas y su clara distinción de otros se pierde cada vez más. Sin alianzas sólidas en la base de la sociedad y con enfoques que privilegian sólo a algunos sectores y estratos de las élites locales, sus gobiernos caminan hacia el aislamiento. La lucha por conservar el gobierno como única meta, fricciona y divide a sus principales corrientes, lo que hace que viejas prácticas del priísmo se reproduzcan ampliamente en un marco de problemas generados por la inseguridad pública, la narcoviolencia, los rezagos sociales y un conjunto de irregularidades que emergen cada día en las distintas dependencias de gobierno.

A doce años de la alternancia y la euforia por el cambio, las expectativas de algunos sectores han empezado a apagarse. La abstención es el primer síntoma y una señal inequívoca de que la idea de cambio que la gente tenía cuando votó por la alternancia, no es la que ha representado hasta ahora el PAN. No lo es pero tampoco hay a la vista otras alternativas confiables y sólidas. El único camino que va quedando es el refugio en un malestar difuso, en la indiferencia hacia la vida pública en un contexto de necesidades urgentes e inmediatas y el creciente rechazo a los partidos políticos como formas de organización y participación política.

Si no hay cambios inmediatos en la estructura de los partidos y en sus formas de hacer política, pero también en su concepción de los electores (que sólo interesan por su voto); si no hay modificaciones en los estilos y alcances de los gobiernos actuales; si no hay mejor representación de los intereses diversos en las decisiones del gobierno y la sociedad no se incorpora en las tareas y acciones gubernamentales, los escenarios futuros no son nada halagueños. El abstencionismo puede seguir extendiéndose como un fantasma en los próximos procesos electorales y minando la legitimidad de las autoridades.


Parte 1 | Parte 2 | Parte 3 | Parte 4 | Parte 5

Skills

Posted on

February 16, 2015