Elecciones Estatales en Baja California, 2001.



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Elecciones Estatales en Baja California, 2001.

Benedicto Ruiz Vargas

El 8 de julio de 2001 se realizaron elecciones en Baja California para renovar la gubernatura del estado, el congreso y los ayuntamientos. Han transcurrido doce años desde que, en 1989, se produjo la alternancia política en el estado y el PAN conquistara, por primera vez en su historia, una gubernatura en todo el país. Desde entonces a la fecha han tenido lugar cuatro procesos electorales para elegir ayuntamientos y cambiar a los miembros del congreso estatal. En cuanto al poder ejecutivo, esta es la segunda ocasión que se renueva después de aquél quiebre histórico que representó el cambio de 1989.

El PAN de nuevo conquistó la gubernatura del estado, obtuvo mayoría simple en el congreso y triunfó en cuatro de los cinco municipios en la elección de las alcaldías. Sólo el municipio de Tecate quedó en manos del PRI, como ha sucedido desde 1995 y antes en 1989. Sin embargo, si bien el PAN dominó ampliamente el proceso electoral e incluso reconquistó Ensenada, municipio que había perdido en 1998, la principal novedad que arrojaron los resultados fue la elevada abstención que registraron los comicios de julio. Las autoridades electas, ya sea el titular del poder ejecutivo del estado como los presidentes municipales, arribaron a sus puestos con porcentajes muy reducidos en relación al número total de electores en condiciones de sufragar.

En este artículo se hace un repaso general de las principales características que tuvieron estos comicios, de los resultados y el comportamiento de los votos de cada partido, de sus avances y retrocesos en comparación con las últimas cuatro elecciones en el estado, al tiempo que se presentan algunas hipótesis para intentar explicar la reducida participación de la población bajacaliforniana en la elección de sus autoridades. Se concluye ofreciendo una panorámica general de las perspectivas que pueden tener los partidos políticos en el futuro inmediato, así como las condiciones de desgaste en que parecen haber entrado los gobiernos panistas en la entidad, ambas cuestiones íntimamente vinculadas con las posibles tendencias de participación electoral y el futuro de la alternancia en Baja California.

Campañas y selección de candidatos.
Por una modificación en la legislación electoral local, el trabajo proselitista de los partidos se redujo esta vez a un lapso de tres meses. Se esperaba que esta reducción trajera impactos positivos en los electores en la medida en que no iban a ser saturados por la propaganda y publicidad de los partidos, al tiempo que iba a permitir a éstos últimos concentrarse en la exposición de sus plataformas y principales propuestas de gobierno. Desde cualquier punto de vista, tres meses se consideraban un tiempo suficiente para difundir ampliamente los ejes centrales de sus propuestas, participar en los debates y acercarse al mayor número posible de electores.

Sin embargo, estas ventajas de la reducción del tiempo de las campañas no alcanzaron a apreciarse ampliamente, pues a pesar de su brevedad relativa las campañas de prácticamente todos los partidos se caracterizaron por su poca relevancia y débil impacto en la opinión pública. Las encuestas de los periódicos sobre el conocimiento que tenían los electores de los candidatos y sus propuestas, reflejaban de manera generalizada que la población se mostraba indiferente hacia los partidos y sus candidatos; eran realmente pocos los ciudadanos que podían nombrar o recordar el nombre de los competidores, incluso de aquellos que participaban en sus propios distritos electorales.

La atmósfera que rodeaba a las campañas, en efecto, prefiguraba ya el elevado abstencionismo que se iba presentar el 8 de julio en las urnas, aunque las distintas encuestas preelectorales registraran el dato de que un alto porcentaje de la población afirmaba que concurriría a votar el día de las elecciones. Esta es una contradicción que se ha abordado en otros casos dentro de los estudios electorales y el análisis político. Se supone que al cuestionar a la población sobre su posible participación en las urnas, son realmente pocos los ciudadanos que se atreven a dar una respuesta negativa, en la medida que el acto de votar está considerado, socialmente, como una acción positiva y ajustado al derecho de todos los individuos. Por lo mismo, dependiendo de los contextos y las cosas en juego, la opinión de los electores no siempre refleja fielmente la decisión que tomarán -o ya tomaron- el día de la votación.

En la indiferencia que mostraban amplios sectores de la población hacia las campañas políticas pudo haber influido el marco general en que los partidos llevaron a cabo la selección de sus candidatos, las divisiones internas que se presentaron en varios de ellos y las dimisiones de algunos militantes prominentes del PRI, que a la postre terminaron siendo postulados por otras organizaciones. No obstante que las tensiones y los debates internos en los partidos se agudizan en los periodos previos a los procesos electorales, ésta vez las diferencias y las pugnas entre sus militantes alcanzaron nuevas dimensiones en algunos partidos de la oposición. No es difícil comprender que esto haya pasado, sobre todo si se tiene en cuenta que desde la alternancia los principales partidos de la oposición -en particular el PRI y el PRD- entraron en situaciones de crisis, profundizándose sus divisiones y desacuerdos políticos. La importancia de una tercera oportunidad para recuperar los espacios perdidos contribuyó a revitalizar sus intereses, pero sin las condiciones necesarias para resolver sus desacuerdos y la dispersión política que han vivido desde 1989. A la vuelta de cerca de doce años, los partidos más destacados de la oposición se encontraban más debilitados que nunca.

Las escenas de división y la falta de reglas claras para seleccionar a sus candidatos a la gubernatura marcaron al PRI y al PRD, lo que contribuyó a deteriorar su imagen ante el universo de los electores. En un esfuerzo por ensayar nuevos mecanismos, más depurados y transparentes, y después de pasar por un sinnúmero de obstáculos y negociaciones internas, el PRI sometió la elección de su candidato al voto abierto entre la población, ofreciendo tres precandidaturas. La lista original era de cinco, pero en el camino renunciaron dos personajes, uno de ellos, Amador Rodríguez Lozano, terminó renunciando al partido y luego buscó su postulación por otra organización. En la elección interna del PRI salió ganador Daniel Quintero Peña, quien previamente había pedido licencia como Alcalde de Ensenada para buscar la candidatura en las filas de su partido.

El PRD vivió, más o menos, el mismo proceso, con el agravante de que su candidato al gobierno del estado no fue electo por la militancia del partido, sino por el Consejo Estatal. Inmerso en la confusión y en la búsqueda de nuevas jugadas tácticas, el órgano mencionado retiró posteriormente al mismo candidato para ofrecer el puesto a Héctor Manuel Gallego García, quien antes había competido en la terna priísta por la candidatura al gobierno del estado. Como las negociaciones internas en el partido y éste último postulante no resultaron exitosas, los miembros del PRD decidieron volver a nombrar a Federico Sánchez Scott, electo originalmente por el Consejo Estatal del partido. Esto coronó un proceso desgarrador, pues con mucha anticipación hubo otros personajes que buscaron fervientemente ser postulados por el partido del sol azteca.

En las filas del PAN hubo menos problemas para decidir por su candidato. Eugenio Elorduy Walther, quien conquistó esa posición, se había convertido desde hacía mucho tiempo en un aspirante en cierta manera natural entre la militancia panista. Con anticipación preparó su candidatura y tuvo tiempo para negociar y disipar las posibles dudas entre sus potenciales electores. Con tranquilidad compitió con otros tres aspirantes para, al final, imponerse holgadamente en una contienda interna que se mantuvo en sus cauces institucionales y sin desbordar al partido. Hubo tensiones y debates, movilización y cabildeo intenso entre sus grupos y corrientes políticas, pero sin nada que pusiera en peligro la imagen institucional del partido blanquiazul. Más allá de las ambiciones que despierta el poder cada vez más entre la militancia panista y algunos de sus líderes políticos, el partido resolvió en tranquilidad su selección interna.

La parte menos atractiva del PAN fue que, en una clara imitación de lo que había sucedido un año antes en la elección presidencial con la Alianza por el Cambio, decidió constituir la Alianza por Baja California al coaligarse con el PVEM, un partido de escasa presencia en el estado y al que, prácticamente, subordinó y opacó en el transcurso de la campaña electoral. La alianza no le significó más votos ni tampoco le acarreó más prestigio, y sí en cambio se vio como una maniobra artificiosa para diluir y esconder las siglas de un partido que, después de casi doce años en el gobierno del estado, ha sufrido un fuerte desgaste como opción de gobierno. Quizá se pensó que no era lo mismo llamar a votar por el PAN de nuevo, que hacerlo por una alianza y, además, sin costos políticos dada la escasa relevancia del verde ecologista.

Además del PRI, el PAN y el PRD, hubo cuatro partidos más que participaron en esta contienda electoral. Son los partidos más pequeños electoralmente. Por un lado, el Partido del Trabajo (PT), quien tuvo como candidato al senador Amador Rodríguez Lozano, después de que éste buscara afanosamente una candidatura en algún partido. Al no fructificar sus esfuerzos para ser postulado por el PRD, según trascendió en los medios de comunicación, decidió aceptar la candidatura de un partido con poco arraigo electoral en Baja California.

Por otro lado, estaba el Partido de Baja California (PBC), una organización local fundada en 1998, la cual participó por primera vez en el estado en la competencia por la gubernatura. El PBC postuló a Beatriz Ávalos, cuya experiencia política se reducía a haber sido postulada a una diputación federal un año antes por Democracia Social. Sin una estructura sólida como partido, con poco arraigo electoral y una candidatura sin presencia política, la campaña del PBC tuvo pocas repercusiones en la contienda electoral y entre los votantes.

Por último, participaron el Partido de la Sociedad Nacionalista (PSN), quien no postuló candidato, Convergencia Democrática (CD) y el Partido Alianza Social (PAS), todas ellas organizaciones nacionales sin presencia política y electoral en la región, sin cuadros y con incipientes estructuras organizativas. Los dos últimos partidos constituyeron la Alianza Ciudadana y postularon como su candidato a la gubernatura a Milton Castellanos Gout, quien previamente había renunciado a una larga militancia individual y familiar en las filas del PRI. La alianza ciudadana, como su nombre lo indicaba, intentaba trascender a las pequeñas estructuras partidarias para impulsar un movimiento social alrededor de una nueva alternativa, con siglas de partidos pero con otra composición. Dado el peso político del postulante, más esta estrategia de apertura, se pensó que la Alianza Ciudadana no podría desplazar al PRI de sus posiciones electorales, pero sí restarle votos como consecuencia de su escisión.

Al final de cuentas la campaña de la Alianza no superó la marginalidad de las organizaciones y el perfil político del candidato no detonó el impulso de una nueva alternativa electoral. Su campaña, concentrada más bien en el trabajo callejero y las reuniones con grupos de ciudadanos, fue muy poco visible en los medios y de bajo impacto en el debate político, así como en sus propuestas principales para gobernar al estado. Algo similar ocurrió con las campañas y la publicidad del PRD y del PT, aunque en este último caso fue notable la presencia de su propaganda pagada en la televisión, proyectando ampliamente la figura de su candidato Amador Rodríguez Lozano.

En síntesis, a pesar de esta amplia gama de partidos y figuras políticas, algunas con larga experiencia en las cuestiones electorales, las campañas pronto se polarizaron en dos organizaciones principales: el PAN y el PRI, testimoniando el carácter bipartidista que ha caracterizado desde hace tiempo las tendencias electorales en Baja California.

El PRI, a pesar de las condiciones maltrechas en que llega a un proceso electoral crucial para su futuro inmediato, intentó realizar una campaña con giros nuevos en su estrategia. Rehuyó así, por ejemplo, su vieja tradición contestataria y antipanista, evitando confrontar y cuestionar sin fundamentos a los gobiernos del PAN y sus candidatos. No sin ciertos roces y tensiones internas con los sectores más duros del partido, se impuso en general una línea que buscó concentrarse en sus propuestas políticas y la revitalización del PRI como alternativa electoral en Baja California. Se hicieron críticas a los gobiernos panistas, pero sin el filo y la estridencia que había tenido en tiempos pasados. En su lugar se buscó una imagen de un partido responsable, maduro, con propuestas razonadas que intentaba instaurar un "nuevo tiempo para Baja California", como rezaba su eslogan principal. Todos estos factores eran importantes, pero no fueron suficientes para superar la imagen de un partido profundamente dividido y sin rumbo claro a nivel nacional y local.

Por el lado de la campaña electoral del PAN hay que señalar su notable presencia en los medios de comunicación a través de publicidad pagada, especialmente en un medio como la televisión y en los horarios de mayor audiencia. Sin lugar a dudas fue el partido con más amplia cobertura en la difusión de su propaganda y principales propuestas de gobierno. A este hecho se añadieron dos características más: su campaña fue precedida por una intensa difusión de las acciones y obras realizadas por el gobierno estatal y los presidentes municipales, lo que generó protestas de parte de los otros partidos, pero sin ninguna consecuencia. El segundo rasgo fue el perfil relativamente bajo que mantuvo su candidato a la gubernatura, manteniéndose distante de la confrontación y el debate político con el resto de los contendientes, proyectando la imagen de un "gobernador virtual" que sentía ganado el puesto del poder ejecutivo del estado.

En términos de propuestas y plataforma política, el candidato del PAN más que ideas nuevas y relevantes para dimensionar los gobiernos panistas, tenía tras de sí su larga trayectoria de militancia, su espíritu para sobreponerse a las derrotas políticas y su fama ganada como hombre enérgico y tenaz para sobrellevar las riendas del gobierno, especialmente en un contexto en que los problemas de la inseguridad pública en el estado y los síntomas de ineficiencia de los gobiernos panistas en el orden administrativo, empezaban ya a erosionar la imagen de las administraciones blanquiazules. Las propuestas electorales de Elorduy Walther provenían más de su experiencia empresarial que de un nuevo tinglado programático para cambiar las formas de gobierno en Baja California, o bien para profundizar los cambios. Lo nuevo se centraba en su conocida personalidad.

Ya sea como estilo o estrategia de campaña, lo cierto es que la pauta de resaltar las cualidades y virtudes personales por encima de las propuestas y las mismas estructuras partidarias, se ha venido imponiendo cada vez con mayor intensidad en las contiendas electorales. Muy pocos partidos y candidatos escapan a este formato, doblegándose o cediendo ante la visión y expectativa de los electores que no votan por los partidos y sí en cambio por algunas personalidades. Por ello, tanto en esta elección como en otras, las diferencias en las propuestas de los partidos son casi insignificantes, aunque por lo general también sucede lo mismo entre los candidatos. Estos fueron los rasgos más significativos que precedieron la votación en las urnas.


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February 16, 2015