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BARRERAS Y PUENTES
(Experiencia en la cárcel de la Ocho)
Gilbert J. Gentile, S.J.
Vivo en San Diego y en 1987 empecé a trabajar en la cárcel de La Ocho en Tijuana. Aunque mi mamá y todos sus hermanos nacieron en Argentina, después de inmigrar a los Estados Unidos, ella y los miembros de su familia seguían hablando el español entre si y con otros migrantes argentinos, además de mantener varias costumbres argentinas. Yo soy "gavacho" (más o menos), e ir a Tijuana fue mi primera experiencia de trabajar en el mundo hispano. Fue maravilloso, tremendo, iluminador y a la vez desconcertante. Una de las cosas que alcancé a entender es que la vida en Tijuana - o sea, la vida de frontera entre la República de México y los Estados Unidos era algo único en su género: tiene su propia cultura, su propia manera de visualizar el mundo, de evaluar y cumplir con las reglas y normas de la sociedad y, en general, de actuar y pensar. En los años 60, decían los sociólogos norteamericanos Nathan Glazer Y Daniel Patrick Moynihan, que Los Estados Unidos de América era un "crisol" de diferentes culturas, idiomas y costumbres. Hoy en día, se me hace que la zona fronteriza entre México y los Estados Unidos también es un crisol; una mezcla de distintas fuerzas e influencias que a la vez es hermosa, llamativa y desalentadora con sus propios problemas, desafíos, méritos y ventajas.
Cuando una persona cruza la línea entre México y los Estados Unidos, que es verdaderamente la tierra de nadie, se oye en español y inglés una grabación que dice que "es la garita más transitada del mundo", y también anuncia los castigos por transportar drogas u otras sustancias prohibidas, o por intentar a cruzar con documentos falsos. La primera vez que escuché ese mensaje de "bienvenida" y "amenaza" me llamó mucho la atención y no sabía qué pensar. Provocó en mí algo de malestar. Me puse a pensar que soy hijo de una migrante del mundo latino y nieto de migrantes de Europa. Soy también, de cierta manera, migrante. Por eso, cada vez que cruzo, siento una solidaridad con los migrantes de Tijuana y de San Diego y, en general, con aquellos que luchan contra las barreras que los impiden tener una vida mejor. Por eso pienso desde lo más hondo que mi trabajo, mi vocación, mi ministerio, es de tratar de romper las barreras y construir puentes. Ahora la realidad lamentable de la línea o el "bordo" (una palabra que es una mezcla curiosa y muy común del español y el inglés) causa dentro de mi resentimiento, temor, entusiasmo y emoción, porque esta línea también representa una oportunidad de unidad, comunicación y amistad entre dos países grandes y dos culturas diferentes. La línea fronteriza es una barrera Y un puente!
Otra experiencia que he tenido de la "barrera y el puente" que existen entre las dos culturas, ha sido mi trabajo como capellán de "La Ocho" - la Cárcel Estatal de Baja California, ubicada en la calle Constitución, entre las calles Ocho y Nueve en el centro de Tijuana. La barrera más obvia son las rejas de las celdas. Durante la misa que celebramos todos los viernes en la tarde, los oficiales de la cárcel no permiten a la mayoría de los internos salir de sus celdas. Así, no pueden bajar de los diferentes niveles a la misa que celebramos en el primer piso. Además, para distribuir la Santa Comunión, yo subo con los dos acólitos (internos) a los varios niveles para que algunos de los internos puedan comulgar. Lo hacen con mucha fe y devoción, a veces de rodillas en el suelo sucio de su celda, con lágrimas en sus ojos. Como ellos no pueden salir de la celda y yo no puedo entrar, tengo que extender la mano por la barrera de las rejas para que puedan comulgar. Las primeras veces que fui a celebrar misa en «La Ocho» me sentía muy disgustado - no solamente por la fealdad y miseria que yo encontraba en ese lugar, sino sobre todo por la barrera de las rejas. Yo he trabajado en varias cárceles y penitenciarias en los Estados Unidos, pero nunca sentía un resentimiento y disgusto tan profundo como lo que he experimentado en la cárcel de Tijuana con sus rejas antiguas y feas, que representan para mí las cadenas de la opresión - especialmente por todo el tipo de barreras que los migrantes encuentran. Yo digo «migrante» porque la mayoría de los internos son de otros lugares de México. Según me informa uno de los internos quien ha pasado más de tres años en La Ocho, ahora más de 70% de los presos no son de Tijuana. Hace más o menos dos o tres años, siempre habían algunos migrantes de Centroamérica esperando con angustia a ser expulsados y repatriados a sus países de origen. Casi no se puede imaginar la tristeza que vi en las caras de esas personas. Muchas veces, durante la misa, yo tenía que apartar la mirada para poder continuar celebrando la misa. Otra experiencia fue que a uno de los acólitos, un joven de Torreón, lo habían acusado de ser pollero* , aunque él insistía - y yo lo creía - que no lo era. Lo habían arrestado cruzando la línea sin papeles con un grupo de otros migrantes que tampoco tenían documentos. Se necesitaba acusar por lo menos a una persona y lo agarraron a él porque es una persona calmada que ni siquiera se defendió antes las acusaciones. Para él, estar en la cárcel era una verdadera pesadilla porque era algo tímido. Gracias a Dios acaba de salir de la cárcel después de más de un año y regresó de inmediato con su papá a su tierra de origen. Otra vez tenemos el caso de alguien cuyas ilusiones de inmigrarse con sus esperanzas de una vida mejor fueron frustradas y destruidas. Pero un resultado positivo para este hombre es que, según lo que él me había dicho (y es algo que se oye con mucha frecuencia), él tiene ahora un nuevo sentido de gratitud por la vida ahora que está de regreso en el pueblo de donde antes se trató de escapar.
Para mí la experiencia de ir a la cárcel todos los viernes es una de las cosas más agradables que hago durante la semana; la anticipo y la veo como un don - el poder conocer y servir a mis hermanos y hermanas de «La Ocho». Ahora cuando meto la mano por las rejas para saludar al confinado, no veo tanto la barrera de las rejas sino la cara de un hermano o una hermana y por un instante las barreras no existen; existe en ese momento un puente entre dos seres humanos. Una muy buena amiga mía, Jeanette Van Vleck, CSJ, es religiosa de la congregación de Las Hermanas de San José de Carondelet. Aunque ella casi no entiende ni habla el español, siempre me acompañaba a la cárcel los viernes (hasta que ella empezó su propio ministerio en la Cárcel de Menores). Hace poco ella escribió algo en torno a una experiencia que tuvo en La Ocho:
"" Hace ocho años se me grabó en la mente y el corazón la celebración de una Misa, en época de las posadas navideñas, dentro de la cárcel de la Ocho, en el centro de la Ciudad de Tijuana. No importa que hayan pasado tantos años. Jamás la olvidaré. Estabamos reunidos en el primer piso de la cárcel. Queríamos conmemorar el viaje de José y María a la pequeña ciudad de Belén, en cumplimiento de las exigencias del gobierno romano para llevar a cabo el censo. ¿Iban a encontrar dónde quedarse, un lugar seguro y acogedor antes de que naciera el niño Jesús? Era la pregunta de siempre en torno al cuento que todos sabemos.
"Mientras se preparaban para la celebración, algunas mujeres de una agrupación guadalupana cantaban con ganas. El ambiente de la cárcel, normalmente triste y gris, se volvió alegre y festivo. Se distribuyeron unas velas prendidas (cosa totalmente prohibida si fuese una cárcel de los Estados Unidos). Mientras cantábamos, los presos y los visitantes se juntaron leyendo las palabras con la ayuda de la luz de las velas colocadas en las rejas de sus celdas. Pasillo tras pasillo, las celdas fueron iluminados por las velas y la alegría que se reflejaba de las caras de todos. Nos agarramos de las manos que intercalaban dentro y fuera de las celdas para rezar juntos el Padre Nuestro, haciéndonos un gran círculo de oración.
"Un poco antes de la comunión, Gis (el sacerdote) levantó la imagen del niño Jesús del pesebre y la extendió para que cada uno la besara con reverencia. ¡Qué curioso, qué piadoso, pensaba yo! Ese gesto no cuadraba con mi devoción católica 'estilo americano'. Por tanto, con respeto, no me ofrecí para besar la imagen. Decidí quedarme en mi lugar. Mientras Gil se iba progresando con la imagen de celda en celda, los presos se acercaban a las rejas donde estaban colocados las velas para besar al niño Jesús.
"Por alguna razón, después de pasar por todos los pasillos, Gil regresó al primer piso y se detuvo frente a mi para ofrecerme la oportunidad de besar al Niño. Con mucha reverencia me acerqué y besé la imagen y, al hacerlo, sentí que también besé con ternura a todos los visitantes y presos que se encontraban en ese momento en esa cárcel tan fea y sobrepoblada de Tijuana. Para mí fue la encarnación re-vivida."
Durante estos años en que he estado trabajando en la cárcel, he entablado una amistad con una gran variedad de personas de la familia humana - internos, familiares y aun guardias. El otro día, por ejemplo, uno de los guardias con quien siempre me he llevado bien, me sorprendió completamente cuando me regaló su cachucha de UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) después de que yo la había admirado. Yo no quise aceptarla, pero él insistió, y por fin la acepté, pero solamente cuando él me prometió que aceptaría una cachucha de Los Padres de San Diego. Otra experiencia fue que un día después de una misa una muchacha se me acercó y me dio las gracias por lo que había dicho en la homilía, porque había salvado la vida de su hermano. Le dije que no sabía yo a qué se refería. Ella me explicó que yo había sugerido que los internos y los familiares se fijaran más en los puentes que existían entre ellos que en las barreras que los dividen. Ella dijo que su hermano era uno de los internos recién llegados y estaba hablando, antes de iniciar la misa, de la profunda desesperación que sentía de estar preso por primera vez en su vida. Después de la misa ella dijo que él pidió disculpas por haber hablado así y que el "padrecito" tenía razón. Se daba cuenta, quizás por la primera vez en su vida, del gran apoyo y cariño profundo que ella y otros familiares le habían dado. Él dijo también que había estado malgastando su vida y que iba a dedicarse a cambiar su actitud y crear una vida nueva, con la ayuda de sus familiares y de Dios. Todo esto pasó hace más de un mes. Su hermana sigue viniendo con su esposo a visitar a su hermano en la cárcel. A mí me da la impresión que el hermano ha cambiado su actitud. Sonríe más, está más interesado y participa más en la misa. La semana pasada leyó la segunda lectura de la misa y lo hizo muy bien. Cuando lo felicité y le di las gracias, su cara brilló con orgullo y dijo "No, Padre. Gracias a Ud.." Este hombre es un ejemplo vivo de una persona que está en el proceso de romper las barreras que le han oprimido y empieza a construir puentes. Es una historia que hemos visto repetidas veces - ¡Gracias a Dios!
Otra persona que está construyendo puentes en La Ocho es el señor José Alberto Preciado de León. Ha sido interno por más de tres años. Se ha dedicado a ayudarnos a celebrar la misa, además de dar clases de Biblia a otros internos. Él me regaló unos poemas que representan el gran corazón que tiene y de donde surge la fuerza para romper barreras y construir puentes para su vida. Me autorizó compartir algunos de sus poemas:
Alguna vez Dios quiso ser un poema:
y llenó de flores todos los campos...
Quiso ser Maestro:
y llenó de Amor al corazón del mundo...
Quiso ser eterno:
y formó un infinito de estrellas con el brillo de él mismo...
...Más de pronto sintió y me vio solo.
Y me hizo voltear a mirar su mejor creación...
...ahí estabas Tú, sonriéndome.
Gracias a Dios por conocerte y amarte.
Me sentí triste y caminé sin pensar; una angustiosa incertidumbre llenaba mi pecho y creí que mi corazón se había transformado en roca, áspera y fría.
Conociendo todos los detalles del mundo, sentí en mis ojos una luz distinta; era color perla y no lastimaba y, al contrario, llamaba a seguirla y me dejé llevar por su brillo invadiéndome una sensación de confianza y por única vez mi mente como mi espíritu los unió una manifestación así.
Ya no importó la soledad, el desamor, la propia muerte; sin esperar más de esa luz y de un tenue viento salió una voz que me decía:
* Porque has tropezado al correr; si te enseñé a caminar firme y seguro de tus pasos.
* Porque has maldecido lo acontecido; si tú lo elegiste y debes aceptarlo como se te presenta.
* Porque has dejado acercar a la tristeza; si sabes sonreír, si conoces la primavera y hasta el invierno te es hermoso.
* Porque has llorado; si es mejor que los cielos lo hagan con su lluvia, ella te traerá conformidad, frescura y riqueza.
* Porque has abandonado tu imaginación, tu poesía, tu dibujado optimismo; si con esas virtudes naciste y tu huella quedara en el firmamento.
* Porque te escondes del sol y de la luz de la verdad; si aceptas la luz y la verdad serás libre.
* Porque tiraste el Amor en la nada y en nadie; si siempre habrá alquien que valore tus sentimientos y jamás la dejarías de amar.
* Porque te vestiste de soledad; si tienes un mar de cosas y seres, tienes una cordillera de montañas y un cielo repleto de estrellas creadas para Ti.
* Porque dejó de crecer tu fe; si en cada suspiro sigue creciendo y hasta en el latir de tu corazón, en todo cuanto ves y escuches.
* Porque no tomas lo que amas y lo que deseas; si el Amor es lo único bueno y tus deseos son mejores intenciones...
...Y así la luz se retiró, dejándome en una absoluta meditación, respiré profundamente y en ese momento una ave hermosamente blanca levantó el vuelo; comprendí que Dios utiliza distintos medios para dar su verdad, su presencia. Yo lo necesitaba y él atendió mi angustia.
Ahora Amo por Amar, Sé por saber, Siento por sentir, comprendo por escuchar con detenimiento y creo por tener Fe...
...Dios no habló en vano.
Para llegar a la frontera de mi casa en San Diego, me lleva más o menos 20 minutos. Para llegar a La Ocho, me lleva 25 minutos. Para llegar a La Casa de Los Pobres, me lleva 30 minutos. En realidad, es muy poco tiempo pero a veces me parece que he viajado miles de millas. Se me ocurre en esas ocasiones que los dos países son tan diferentes, que las barreras son insuperables. Pero cuando entro en contacto con las diferentes personas en la cárcel, en las calles, en las tiendas o donde sea, me doy cuenta que somos miembros de la misma familia humana, que tenemos luchas, aspiraciones, ilusiones, esperanzas, y problemas, y que a fin de cuentas somos hermanos y hermanas - no importa la raza que sea, el idioma que hable ni el color de la piel. No importa si somos migrantes (documentados o indocumentados), turistas, internos, pobres, guardias, sacerdotes, religiosas, argentinos, centroamericanos, mexicanos o norteamericanos, sociólogos o poetas. Ojalá que tuviéramos todos la misma meta de romper las barreras que existen entre los pueblos y reforzar los puentes que ya existen y construir otros nuevos y más fuertes. Es un desafío tremendo, pero juntos, con el favor de Dios, podemos llegar a superar el negativismo y la desesperación y crear un mundo nuevo. ¡A LA LUCHA!
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