Como si fueran suyos: La adopción en la Cultura Latina



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Como si fueran suyos: La adopción en la Cultura Latina


Laura Eunice Guadiana

Te hilvané a mi durante la noche en la mecedora,
maravillada por tus dedos; el ombligo ajeno,
memoricé el trazo de tus cejas,
desenmarañé tu lenguaje.
Habiendo aceptado lo desconocido,
me mantuve vigilante a encontrar
pruebas de nuestra unión.

Esta noche suspiro al besar
tu rostro perfecto,
humedecido de tanto soñar.
Tu fragancia me marca con esa huella digital
que sólo una madre sabe descifrar.
Me acurruco junto a ti,
agradecida y paciente, para sumergirnos ambas
al compás de nuestro aliento
en la tinta de esta noche.

Trabajo presentado en el Simposio Internacional: "Género y Cultura: Aciertos y Desaciertos", celebrado el 6 y 7 de noviembre de 1998 en ambos lados de la frontera y organizado por la Red Internacional para la colaboración en las Ciencias del Comportamiento.

     Inicio este trabajo con el poema de Alison Kolodinsky pues, con mucho, representa ese momento crepuscular en que la madre adoptiva da la bienvenida a su relación con el o la hija que, luego de tantas viscisitudes, finalmente se vuelve realidad. Esta escena de la mecedora, tan acariciada por la pareja en su etapa de esterilidad, por fin se vuelve tangible. Aquella búsqueda desesperada por el laberinto de la fecundidad que topó, incansablemente, con un sinfín de callejones sin salida aparente, finalmente encuentra una respuesta encarnada en ese ser ajeno y deseado que se recibe sin más, de alguna mujer que resultó un pobre paradigma para llenar el papel de madre al que, biológicamente, fue llamada.

     Este es el escenario cuasi universal en el que se gesta la relación de la familia adoptiva. Sin embargo, a partir de estos primeros momentos, empiezan a sumarse los particulares de su entorno, a decir, la cultura, la religión, género, hijos, fecundidad, abandono; en suma, de todas aquellas condicionantes en las cuales estará inmersa esta nueva unidad que ingenuamente se adopta desde la mecedora.

      Desde este estado de ensoñación, no se piensa mas que en la realización del sueño anhelado. Los parientes, futuros compadres y amigos, celebran el acontecimiento. Salvo contadas excepciones, en su animosidad y regocijo felicitan, acarician y, sin embargo, poco a poco, a través de sus comentarios, van dejando entrever cómo desde hoy estoy condenada, por un lado a ser idealizada y, por otro, a ser compadecida. "De antemano te digo que te has ganado el cielo porque no cualquiera le entra", se me insiste. ¿Es algo tan inverosímil, tan aberrante, tan anti-natural ? me pregunto. ¿Qué me quieren comunicar con el "no cualquiera le entra"? O el consabido, "Si así eres con ellas, no puedo ni imaginar como serías si las hubieras parido". ¿Se supone que tendría que ser mejor?¿Es que falta algo?¿Las amo menos por no haberlas parido? Empieza a nacer un sabor agridulce en mi boca.

      Anteponiendo siempre la buena voluntad implícita en los comentarios, me resigno y acepto que mi sociedad me reservará un lugar especial en la provincia de la maternidad. Que siempre serán necesarios, a juicio de la gente, comentarios que intenten diluir y compensar, hasta donde alcanzo a entender, cierta pena implícita que se supone debo sentir por no haber dado frutos propios, por no haberme realizado plenamente como mujer, entendiéndose por ello, como mamá.

      Mis hijas crecerán oyendo una y otra vez lo buena que fuí por haberlas aceptado a pesar de no ser de mi sangre. Continuamente escucharán a cuanta persona me encuentre en el mercado, en cualquier escenario, preguntar por qué no se parecen a mí, y sentirse merecedora de una explicación completa y detallada.

      A decir verdad, me parece que existe cierta fascinación en una cultura matrocéntrica por escudriñar la maternidad adoptiva. Resulta tan ajena a la experiencia cotidiana la ausencia de la maternidad biológica y la disposición para acoger a un hijo de una mujer con la cual no guardo parentesco. La gente intuye o advierte algo fuera de sitio. Demanda y exige una explicación que satisfaga. Insiste en preguntar hasta que obtiene la confesión esperada: "Son adoptivas". En ese momento la intromisión y falta de cuidado y respeto por la intimidad de mi familia se transforma en felicitaciones, halagos, dada mi gran cualidad como mujer, y la de mi marido que las aceptó, mientras miran a las niñas con ojos compasivos.

      Desde la mecedora no estaba preparada para todo esto. Por fin llega la hija, por fin seré mamá y, después de tanto empeño, trabajo, anhelo y dolor, seremos una familia completa, gracias a la adopción. Todo lo que leí me hablaba de experiencias en el extranjero que me aconsejaban cómo prepararme para ser mamá de súbito, cómo lidiar con las agencias de adopción, cómo enterar a mis hijas de cómo habían llegado a ser parte de mi familia, cómo fomentar la identificación, vínculo y arraigo, cómo inculcarles una buena imagen de su madre biológica, qué esperar en la adolescencia, cómo compartir mi experiencia con mi entorno social, etc., pero nunca cómo reacomodar mi sentido de ser mujer-madre adoptiva en una cultura como la latina que venera la maternidad.

      Las instituciones sociales, a través de la cultura, engendran esta veneración. Ser madre es estar completa, es estar realizada, es haber trascendido, es ser aprobada. No serlo se traduce a estar incompleta, frustrada, carente, vulnerable en el clan. Son muy generalizadas las expresiones: "se secó", para hablar de la mujer cuya matriz no logra el afán de la reproducción.
     Otras, muy extendidas como, "la vaciaron", para referirse a las mujeres histerectomizadas, reflejan en el lenguaje popular el concepto que, en México, se adjudica a la mujer que no está en capacidad de embarazarse. Es, en pocas palabras, una pobre mujer: seca, marchita y vacía.

      La camisa de fuerza del género tradicional en México esperaba de mí lo siguiente en mi condición de mujer. Debía ser complaciente, servil, dispuesta, abnegada, conciliadora, fértil, buena esposa, buena madre. Debía hacer todo cuanto estuviera en mis manos para mantenerme virgen y pura para el que algún día llegara a ser mi marido. Como pertenezco a un nivel socioeconómico suficiente, asimismo, se me inculcó el afán del estudio, más que como medio de realización personal, como medio de subsistencia por si me iba mal en mi matrimonio. No debía olvidar que la profesión era un auxiliar, pues mi meta fundamental debería ser el matrimonio. Se me hacía saber que una mujer no puede realizarse del todo si no se casa, y ya casada, si no se reproduce.

      Paralelamente al bombardeo sutil pero ininterrumpido de estos mensajes, yo iba a la escuela en Estados Unidos. Allá la realidad era otra. El mensaje era: "Sé tú misma, sé asertiva, no comprometas tu desarrollo por lo que esperen de ti los demás. Tienes derecho a decidir quién y cómo quieres ser. Tienes derecho a experimentar con tu sexualidad. Tienes derecho a preguntarte si deseas ser madre. Tu preparación es un medio para transformar tu destino. Si estás bien contigo, estarás bien con el mundo". Veía mujeres que desafiaban el concepto de la solterona pues se presentaban a la vista como mujeres plenas e independientes, con o sin marido, con o sin hijos.

      Se fueron entretejiendo las fibras. Ante la influencia de lo mexicano, me rebelaba al pensar que toda mi vida tendría que girar alrededor de un camino de opresión y abnegación; primero hacia el hombre que eligiera y, posteriormente, con respecto a mis hijos. Ante la influencia de lo norteamericano, me asustaba el individualismo, la exageración de la libertad y el grado de pragmatismo que entreveía.
     Sin embargo, a esa edad, el planeta me quedaba chico, y yo dormía tranquila suponiendo que tenía lo mejor de dos mundos. Yo tendría la osadía de lograr integrar lo que me parecía liberador del modelo del norte, entremezclándolo a mi modelo de origen, inspirado en la tradición y sólidos lazos familiares. Una vida cuya mística fuera la observación de ciertos valores como la familia, la solidaridad, llevados a manera de principio, pero siempre revisados a la luz del contexto, con el permiso de relativizarlos un poco, si el caso así lo ameritaba. Y yo decidiría cuándo, en efecto, se ameritaba.

      Logré diferir el matrimonio a diferencia de muchas de mis compañeras. Hice mi carrera despreocupadamente. Al anunciar que tenía planes de estudios de posgrado, mi familia me hizo ver que en realidad no tenía sentido invertir en tanta formación. Finalmente, ya sabíamos que la profesión era una especie de seguro para el evento de alguna calamidad personal y nada más. Se me estaba pasando el tiempo, ya casi todas mis compañeras se habían casado. Debía recordar que no sólo se me podía ir el tren del matrimonio, sino que el reloj biológico no perdona. "Allí tienes tú a 'fulanita', por andar pensando en disparates, no pudo tener hijos. ¡Pobre infeliz!, le salió muy caro el chistecito, no sólo no se realizó como madre, sino que su esposo la dejó por otra que sí pudo darle los hijos, a los que tenía derecho. Además, no olvides que las mujercitas no deben sobresalir a tal grado", me advertían en tono preocupado.

      ¿"Y qué me dicen de las casadas?" preguntaba yo. A donde volteo, veo mujeres sexualmente frustradas, deprimidas, abandonadas, que exageran la relación con sus hijos pues si no fuera por ellos, tendrían una vida vacía y sin sentido. La mujer abnegada es aburrida y poco interesante para sí misma y para su pareja. Pero ,¡Ay de ella!, donde empiece a pensar por sí misma. La mujer erótica- sensual, se busca en todas menos en la propia.
     La mujer en gestación es testimonio de la virilidad y fecundidad de su esposo, aplaudida, festejada, pero encerrada y dejada a su suerte. Sirve para servir, consolar, tener hijos y reproducir el sistema social.
     ¿Dónde queda ella como mujer - esposa - compañera? ¡Yo no quiero eso para mí!
     Creo que muchas mujeres de mi generación, en México, crecimos influidas precisamente por estos mensajes. Muchas nos vivíamos atrapadas y escindidas. Roles alternativos, ausencia de modelos, soledad. Queríamos desafiar, lo hicimos dolorosamente; queríamos decidir, lo hicimos penosamente y a obscuras.

      Continué cultivando mi desarrollo como mujer que buscaba el crecimiento. Cuando finalmente me casé y me encontré con dificultades para lograr un embarazo, regresaron a mi todas las advertencias. Era irracional, lo sé, pero durante años, además de desdichada, me sentí culpable. A pesar de que el problema de infertilidad era de mi esposo, me convencía irracionalmente de que si se hubiera detectado antes, habría sido más fácil de remediar. Brincaban mis aprendizajes de mujer latina que, nuevamente inspirados en la irracionalidad, me decían que esto era un castigo por haber mordido la manzana, por haber aspirado a ser más de lo que estaba llamada a ser, por querer aprender y experimentar, por haberme rebelado a mi destino. Ahora creo que el dolor tan exacerbado que experimentaba, tenía una gran dosis de autocastigo, de nuevo ligado a lo que vivía como mi fracaso por haber desafiado lo que, en cuanto a género, se esperaba de mi.

     ¿Cómo no ser madre? Miraba a mi alrededor, a aquellas compañeras que años atrás había criticado por apresurar su ritmo. Anhelaba lo que ellas habían logrado al hacerlo. Cada noticia de un embarazo me afectaba en lo más hondo de mi persona donde reclamaba lo mismo para mí. Sólo queda agradecer a las gentes que me acompañaron en esta etapa. Me convertí, en pocas palabras, en una pobre mujer, seca, marchita y vacía.

     A pesar de ser personal, este relato no es ajeno a muchas mujeres con las cuales he tenido oportunidad de compartir tanto nivel informal como en el terreno profesional, como psicoterapeuta. El sentimiento de fracaso, vergüenza, vacío y, especialmente el de culpa sean ellas quienes aportan la dificultad para lograr el embarazo o no, es muy generalizado. Es consecuencia natural de todos aquellos mensajes, que desde muy temprana edad se van enconando en nuestro discurso interior y autoimagen. Los asimilamos precozmente a través de nuestra experiencia de socialización. Creces, estudias, te casas, tienes hijos, y eres feliz para siempre. Mas, ¿qué ocurre cuando las cosas no marchan de acuerdo al plan?

     Ante la esterilidad se abre un abanico de alternativas para la mujer. La primera es quedarse atrapada en la autoconmiseración. Es perder la capacidad no sólo para generar vida en otro ser, sino también para gestar un camino de regreso a la vida propia. La esterilidad se extiende a otras esferas de la experiencia de la persona y ésta termina no pudiendo trascender su destino nulíparo.

     Otra opción es ponerse cara a cara con la realidad, asumiéndola y optando por aceptarla reinventando ese modo de ser mujer en el mundo. Implica lograr un reencuadre ge-nero-so, si vale esta expresión, que se me antoja resume la idea de que ser mujer es mucho más que ser madre, y que estamos llamadas a generosamente generar nuestra auto-reconstrucción. Estas mujeres encuentran caminos de redefinición, girando su atención a otros terrenos, en lo cuales hay vida, promesa y realización personal.

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Posted on

February 16, 2015