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Espacios urbanos y naturales.
Mtra. Lina Ojeda Revah
Discusión y Conclusiones
Aunque la capacidad de abastecimiento de agua ha sido rebasada desde los años cincuenta, una de las estrategias que se podría seguir consiste en mantener la integridad ecológica de la cuenca hidrológica en la que se ubica con la finalidad de proteger los ciclos geohidrológicos mediante los cuales se recargan los acuíferos del Río Tijuana, del Arroyo el Alamar y de los que se abastece la Presa Abelardo L. Rodríguez.
Mantener la integridad ecológica de la cuenca hidrográfica en la que se ubica la ciudad de Tijuana que, de acuerdo a las actuales tendencias socioeconómicas indican que seguirá en expansión, puede ser un paso en la trayectoria hacia un desarrollo sustentable.
Existe la posibilidad de planificar con "la naturaleza" en las ciudades y su entorno de forma más sustentable. Para ello es preciso no considerar lo natural como algo excepcional o como un elemento puramente escénico o estético. Por el contrario, el espacio natural debe actuar como receptor de las funciones urbanas mediante operaciones a largo plazo de protección o restauración, sólo viables a través de la creación de un sistema territorial de espacios naturales (Díaz Pineda y Valenzuela, 1989). Sistema que podría mantener la integridad ecológica del paisaje si se diseña de forma tal que mantenga los flujos naturales de materia y energía y el máximo de diversidad posible.
Sin embargo, resulta casi imposible implementar un esquema rígido de ordenamiento ecológico, dada la naturaleza dinámica de los ecosistemas y del propio sistema socioeconómico. Convendría más establecer al nivel regional un sistema equilibrado y jerarquizado de espacios naturales dentro y fuera del espacio urbano, cuya intensidad de uso o conservación estaría determinada por su fragilidad, calidad naturalística (Díaz-Pineda y Valenzuela, 1989) y localización espacial estratégica para el mantenimiento de los flujos naturales.
Planeado bajo un enfoque de ecología del paisaje, se aconseja seguir ciertos principios que indican, como prioridad principal, sin que exista ningún sustituto conocido, la conservación de parches grandes de vegetación natural distribuidas, estratégicamente, dentro de la cuenca que sostengan la máxima biodiversidad posible y con corredores que mantengan los flujos naturales y la conectividad de especies clave entre los parches. Grandes parches que formen un mosaico regional de varios tipos de vegetación, cuya localización esté determinada, entre otros factores, por el grado de susceptibilidad a la erosión. Algunos de los corredores necesarios podrían ser constituidos por los ecosistemas riparios, los que además contribuirían a regular la hidrología de la cuenca.(Forman, 1995).
Otro corredor de vegetación natural dentro de la cuenca que debe ser conservado y restaurado lo conforma la pequeña franja de matorral costero que aún existe entre Tijuana y Tecate y que conecta con Estados Unidos. Debe considerarse además la conservación de ecosistemas especiales y de distribución no continua como los pastizales naturales y las lagunitas estacionales. Entre los sitios que por sus características especiales deben ser conservados sobresalen, de acuerdo con Oberbauer (1991), algunas lagunitas estacionales ubicadas dentro del Valle de las Palmas, sobre terrazas cubiertas de mezquites y cactus, en las que crecen especies como Pogogyne nudiuscula, Navarretia fossalis, Mimulus latidens y Myosurus minimus, las poblaciones riparias de Populus fremontii y Salix son, localizadas en los ramales del Río Las Palmas; las comunidades que se desarrollan sobre suelos formados de granito negro y roca metavolcánica en los cerros Bola y Gordo, que contienen especies endémicas a ellas como Arctostaphylos boloensis y las poblaciones de distribución poco usual de Washingtonia filifera en algunos cañones ubicados en la cara norte del Cerro Bola.
Por último, y con la finalidad de darle continuidad a los flujos, se recomienda establecer parches de vegetación, de preferencia naturales, dentro de las áreas desarrolladas. Estos estarían representados por parques y áreas verdes en general.
Dentro de la cuenca los procesos de urbanización (con Tijuana y Tecate principalmente) son los que han modificado más el paisaje; de hecho, actualmente cubren alrededor del 7% de la superficie de la cuenca (307 km²). La forma fragmentada e incontrolada en que se ha dado el crecimiento urbano ha causado índices de deforestación muy altos. Estos se han traducido en un acelerado incremento de la erosión y a su vez en un sinúmero de problemas tanto naturales como de riesgos para el hombre. Con base en datos de geomorfología y de pendientes, se sabe que casi un 15% del área ocupada por Tijuana es susceptible al proceso de erosión-remoción en masa principalmente en cañadas, lomeríos y cerros (Romo, 1996). Sin embargo, en parte debido a la restringida concepción que tanto la población como el propio municipio tienen de lo que constituyen las áreas verdes y los beneficios que se pueden obtener de ellas, Tijuana cuenta actualmente con tan sólo 4 km² de ellas (1.3m² por habitante), muy fragmentadas y localizadas en su gran mayoría sobre terrenos planos.
En el caso de Estados Unidos, gracias a la regulación en la forma y ubicación de la apropiación del espacio, no existen construcciones en laderas muy empinadas, por lo que a pesar de su gran desarrollo urbano se conservan aún grandes extensiones de vegetación natural, aunque muy fragmentada. De hecho, recientemente se ha aprobado, en la ciudad de San Diego, el Programa de Conservación de Múltiples Especies mediante el cual se preservan 230 km² que forman una red con las secciones mejor conservadas y lo suficientemente grandes como para asegurar la supervivencia del 85 % de las especies de plantas y animales que actualmente están amenazadas por la urbanización (San Diego Union Tribune, 17 de marzo de 1996).
Los beneficios aportados por mantener una cubierta vegetal, dentro y fuera de la ciudad, serían entre otros: la conservación de la biodiversidad, la mitigación de los daños ocasionados por inundaciones y deslaves así como la disminución en la probabilidad de que éstos sucedan; el aumento de la calidad de vida a partir de la existencia de suficientes áreas verdes y, sobre todo, la recarga de los mantos acuíferos y por lo tanto una mayor seguridad en el abastecimiento de agua.
La necesidad de conservar y desarrollar estas áreas puede parecer menos urgente que dedicar espacios a la construcción de viviendas, sin embargo, debe considerarse que una vez que un área es construida, resulta casi imposible (y muy caro) remediar la falta de áreas naturales.
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