Imprecisión educativa… No es posible enseñar valores en la educación formal



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Imprecisión educativa…
No es posible enseñar valores en la educación formal

Humberto Macías

El valor resulta relativo, pero no es meramente relativista, porque lo que no es negociable en el ser humano, es el deseo primario de vivir, y de vivir feliz .

No se puede culpar a los jóvenes delincuentes (universitarios o no) por desear vivir. A lo sumo podemos afirmar, en el caso mencionado, que los medios que buscaron para realizar su deseo fueron diametralmente equivocados. Fueron injustos, desajustaron la realidad. La construyeron equivocadamente. Ello porque su conducta atrajo la infelicidad, real y efectiva, a sus víctimas, a sus familiares y a ellos mismos. Valoraron un medio que no podía prometerles el fin que deseaban. Ahí el error. Pero ¿dónde aprendieron eso? No de las palabras, sino de los hechos.

La misma sociedad que los acusa, vive efectivamente lo que no se atreve a confesar ella misma. Si se predica socialmente la justicia y se constata la impunidad (individual y social) por doquier, la confusión no es de los muchachos. Y es que en nuestra sociedad la incongruencia es endémica . En la cultura que nos empapa, entre los deseos efectivos y lo que discursivamente se valora, hay mucho trecho.

Una hora semanal de consejos escolares no puede desmentir el inconsciente colectivo. Ellos siguieron un espejismo y se extraviaron. Apostaron con datos falsos y perdieron. ¿Quién se los pudo haber dado? Nosotros mismos. Pero el análisis no puede ser simplista.

Tampoco se puede explicar el fenómeno con culpar a una supuesta crisis de valores del presente. Al pasado, por ser ya inalcanzable, se suele ver con indulgencia. Pero los valores egoístas y las situaciones insolidarias han existido siempre. Quizás ahora las mediaciones son más potentes, debido al progreso tecnológico, pero no se puede satanizar al presente gratuitamente.

Conforme avanzan las historias y culturas humanas, las situaciones que se viven cambian constantemente. Lo que antes era valor, ahora puede ser lo contrario y viceversa. Pero siempre ha habido una fuente orientadora para discernir los medios que realmente alcancen los fines buscados: el deseo de vivir y de vivir en auténtica abundancia (con los demás, con todos los más que se pueda, y si se tiene fe, con Dios).

Pero ¿cómo se aprende ese olfato primordial?, ¿cómo se desarrolla esa inteligencia existencial?. No se trata de inyectar valores, sino de dejar salir la fuerza vital por los cauces adecuados. De formar la razón y la conciencia crítica que permita discernir los medios y su adecuación real a los fines. Aprehendemos existencialmente los valores de la tradición cultural.

Hasta el villano más terrible no va a dar un alacrán de comer a su hijito amado. El hombre es fundamentalmente bueno y desea la vida. Por ello, la universidad no debe proveer discursos moralizantes, sino aportar una ecología personal que permita salir el deseo más genuino de vida, de cada uno de sus alumnos. Y debe también capacitarlos con una cultura formal y crítica que le permita implementar adecuadamente ese deseo motriz. Me refiero a enfrentar cada ciencia con su propio rigor y sistematicidad, de tal manera que no sólo se tengan habilidades de trabajo y supervivencia pragmática, sino que se forme y fundamente el razonamiento lógico y científico, en sus diversos paradigmas. Que el joven reproduzca el conocimiento humano. No es garantía de bonhomía pero permite no auto engañarse fácilmente ante las consecuencias de las mediaciones humanas.

Ese magnífico propósito formativo universitario, no es resultado de suerte o de magia. Es cuestión de enamoramiento, no de mera disciplina externa. La educación es un proceso de adentro hacia fuera, voluntario, deliberado y muy difícil.

Sobre los valores no hay que hablar, sino hay que actuar . Diez años después de haber cursado una materia en el aula, la que sea, muy posiblemente el alumno no recuerde las palabras del profesor, ni el contenido de su examen final. Pero muy posiblemente estén muy presentes, todavía, su sonrisa, sus ganas de vivir, su formalidad académica, su respeto por los otros (aunque en alguna ocasión estuviera de por medio su propio prestigio o su persona). Un profesor que valora la vida y lo hace congruentemente con el deseo de vivir armónicamente con los demás, no enseña valores, hace que sus alumnos los descubran y se enamoren de ellos. Pero no se trata de sólo gritar en el desierto.

La universidad, como institución, no puede renunciar a compartir los valores en los que cree. Pero no los enseña, los debe vivir y ofrecer callada y libremente a través de toda su estructura. Es decir, el modelaje de deseos auténticos de vida y los valores que se deriven de ellos, no se puede dejar solamente en el ámbito individual.

Ese ejemplo fundamental, docente y personal, debe ser potenciado por la institución. No con discursos, con hechos. La ciencia que cultiva la universidad, sondea la naturaleza para descubrir los medios de reproducir la vida para todos (no el lucro exclusivo del profesionista o la empresa privada). La estructura académica no debe fomentar la competencia desencarnada, la ley de la selva que excluye al menos apto. El servicio social debe serlo hacia los más desprotegidos de nuestro entorno. Los programas académicos deben cultivar al ser humano integral, no sólo su productividad económica.

Sin enunciar siquiera una moraleja, la universidad puede favorecer que aquellos alumnos que libremente lo deseen, cultiven sus más genuinos deseos de vida y generosidad. Es decir, sus valores (los que ellos deciden practicar, explícitamente o no). Se educa a personas. En algunos alumnos podrán florecer valores y mediaciones sociales congruentes y propositivas, pero depende de su libre decisión y acción consecuente. Algunos otros seguirán apareciendo en la nota roja.

En cambio, no se puede enseñar valores. El fracaso está garantizado.


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Posted on

February 16, 2015