Para una Universidad Distinta Diez Apuestas de la Universidad de la Compañía de Jesús en la Actualidad



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Para una Universidad Distinta Diez Apuestas de la Universidad de la Compañía de Jesús en la Actualidad


David Fernández, s.j.

 3. Las universidades encomendadas a la Compañía de Jesús toman distancia del modelo meramente profesionalizante, porque no trasforma la realidad genera cuadros de relevo para que se hagan cargo de la misma, y porque en el corazón de nuestra educación está la formación de personas: no de abogados, sino de personas que ejercen de abogados. Formamos las distintas dimensiones humanas: intelectual, espiritual, racional, creativa, afectiva, etc. Y si tomamos distancia de este modelo, entonces la gestión académica tiene que ser departamental, un asunto de principio, no sólo de administración de lo académico, ya que centra su atención en un objeto de conocimiento, integra funciones sustantivas, es trasdiciplinar y permite ver más allá de las profesiones que son una construcción social que, queramos o no, obedecen a recortar la realidad y a verla de una determinada manera.

4. Una universidad distinta, ignaciana, propia, tiene que estar de cara a la realidad, lo que significa que lo de afuera está adentro: como materia de reflexión, sistematización y demás (en lo que discutimos y nos interesa), pero también lo de adentro está afuera: el conocimiento que gestiona, crea, articula y difunde la universidad, también fecunda el contexto social. Por eso, se pretende que el currículo sea flexible, que pueda incorporar el servicio social porque nos trae la realidad; que incorpore las prácticas profesionales porque también hace que el conocimiento de aquí vaya para allá, a donde se necesita, y nos traiga la problemática de la realidad; que incorpore la opción terminal, una reflexión permanente de carácter académico sobre realidades particulares. De cara a la realidad significa que la universidad establezca relación con los actores sociales, políticos, económicos, culturales, gubernamentales y privados como algo propio, y que construya saber compartido y pertinente que busque la verdad de manera colectiva.

5. Como la generación del conocimiento es colegiada, también lo debe ser su gestión. Debe haber una normatividad clara y conocida sobre los niveles de decisión que corresponden a cada entidad; supone y requiere una circulación abundante de información en todas las direcciones, y una participación y mecanismos que alienten la misma. Lo anterior para que haya pertinencia socioprofesional y congruencia con los valores que sostenemos.

6. Nuestra universidad propugna la formación integral: deportes, cultura, instrucción valoral, que posibilitemos que nuestros alumnos(as) enfrenten las preguntas últimas del ser humano, es decir, el misterio y la trascendencia, y reflexionen sobre el sentido de su propio ser. Nos abrimos a saberes no racionales como la intuición, la creatividad, la imaginación, destrezas tanto o más importantes que los saberes racionales para la vida. Buscamos la conjunción entre competencia técnica y compromiso social. El P. Kolvenbach establece que en nuestras instituciones educativas hay que garantizar la calidad académica, el compromiso social y la espiritualidad ignaciana. La educación no está centrada ni en el saber ni en el maestro ni en las cosas que se hacen, sino en el sujeto que aprende, una radicalidad muy importante.

7. Es para la trasformación social. Como dice Fernando Savater, alguien tiene que hacerse cargo de recoger el mundo tal como es y pasarlo a las nuevas generaciones. Y esto lo hace quien educa. Pero también hay que trasmitirle sus múltiples posibilidades. En el sistema Ibero-ITESO tenemos que llegar a formular un proyecto de país, es decir, ejercer una función crítica y propositiva de las realizaciones sociales concretas. El magis de Ignacio cuestiona toda realización, para después proponer algo mejor. Es una función incómoda, pero que corresponde a la universidad. Este proyecto de país integra y da sentido a toda nuestra investigación y al posgrado.

8. Tiene un perfil muy preciso de alumno(a). Preferimos la calidad a la cantidad, aunque no siempre sea posible por la necesidad de financiamiento. Queremos alumnos que entiendan a la universidad más como una oportunidad de servicio y crecimiento personal que como un vehículo de ascenso social (que sí lo es, pero cada vez menos). La educación está tendiendo a perpetuar las diferencias: enseñanza buena para unos pocos y mala o mediocre para las mayorías. Queremos alumnos que entiendan a la universidad como una oportunidad de autotrascender, de ser mejores personas y, al mismo tiempo, de servir. No nos importa tanto de dónde vienen sino a dónde van. Lo digo porque con frecuencia critican que pregonemos la opción preferencial por los pobres y la mayoría de nuestros alumnos son de las clases pudientes. Esto es así porque la educación superior de calidad cuesta mucho dinero (antes sólo era tener un pizarrón, gis y cuadernos, y ahora son las computadoras, laboratorios y doctorados, lo que cuesta mucho dinero y no tenemos un subsidio). Tampoco nos interesa tanto lo que hagan los alumnos cuando están en la universidad (tal investigación o servicio social). Lo que más importa es en dónde van a acabar y cómo terminarán pensando, lo que significa una apuesta a la libertad. También digo que necesitamos tener un grupo de alumnos pobres plenamente asumidos como tales que aporten lo suyo en nuestras universidades y que nos interpelen. Necesitamos indígenas, gente que proponga puntos de vista distintos y actúe como catalizador de procesos y revulsivos, lo que nos trasforma. Es como con los niños con necesidades de educación especial en las escuelas regulares (perdón por la comparación, pero el efecto es semejante): con su sensibilidad trasforman las relaciones con los otros alumnos y generan actitudes de respeto, aprecio y solidaridad. Son situaciones difíciles, no todo es color de rosa (hay crueldad de por medio y burlas), pero finalmente se van generando nuevas instituciones. Por esto también creo que necesitamos un sistema de cuotas diferenciadas, sea crédito educativo o becas. Nuestras universidades son elitistas, sí, porque son para un grupo que puede pagar esta educación de calidad, pero no son clasistas: no fortalecen los valores de una clase social ni capacitan para la misma, sino para el conjunto de la sociedad, con todas sus contradicciones.

 

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February 16, 2015